Crónica de un fracaso
La pregunta que sigue es difícil de responder, no porque la respuesta en sí misma requiera de una gran abstracción, sino al revés, porque es absolutamente evidente. Y esta es: ¿sería concebible hoy que nuestra educación pública nos dé dos premios Nobel de Literatura?
Yo me pregunto: Pablo Neruda ¿fue a uno de esos liceos particulares, de los quince o veinte que en este país forman a las elites, al Santiago College o a la Alianza Francesa, por ejemplo? ¿Gabriela Mistral se educó en las Ursulinas? ¿Pablo de Rokha fue al Saint-Georges? ¿Gonzalo Rojas fue alumno del San Ignacio (el de El Bosque, of course)? ¿Nicanor Parra se formó en The Grange School?
La respuesta es obvia: todos ellos, que son las grandes figuras del Siglo de Oro de la poesía chilena, es decir el que acaba de pasar, fueron alumnos de la educación pública. No sólo de la educación pública, habría que agregar: de la educación pública de las provincias de Chile. Del Chile de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Si aún hoy somos un país remoto en la cartografía mundial, ¿ustedes se imaginan lo que era Vicuña o La Serena, Parral o San Fabián de Alico, Chillán, Lebu o Linares a comienzos del siglo pasado?
Pues bien, resulta que en esas remotas escuelas y liceos, enclavados en remotas provincias de un remoto país, se formaron varios de los mejores poetas de la lengua castellana del siglo XX, entre los cuales nuestros dos premios Nobel. Y eso sólo por hablar de nuestros grandes poetas, que son, siempre insistiré, lo mejor de Chile. Porque ni qué decir tiene que los narradores chilenos provienen, igualmente, en su gran mayoría de las clases medias y de las bajas, no de las clases acomodadas.
La alta burguesía y su variante más rancia, la oligarquía han dado en Chile “algunos”, y peso bien el adjetivo, “algunos” escritores, harto notables, pero no demasiado numerosos: Vicente Huidobro, Teresa Wilms, los Edwards, o sea Joaquín Edwards Bello y Jorge Edwards, María Luisa Bombal, José Donoso y, last but not…, Arturo Fontaine y Carlos Franz. Y sería más o menos todo. Pero la enorme mayoría de los narradores chilenos del siglo XX ‑desde José Santos González Vera a Hernán Rivera Letelier, desde Manuel Rojas a Simón Soto, pasando, por no citar sino algunos, por Nicomedes Guzmán, Oscar Castro, Marta Brunet, Francisco Coloane, Andrés Sabella, María Elena Gertner, José Miguel Varas y Carlos Droguett (de quien, por cierto, Álvaro Bisama nos acaba de entregar una estupenda biografía) provienen de las clases medias, cuando no directamente de las clases populares.
La pregunta que sigue es difícil de responder, no porque la respuesta en sí misma requiera de una gran abstracción, sino al revés, porque es absolutamente evidente. Y esta es: ¿sería concebible hoy que nuestra educación pública nos dé dos premios Nobel de Literatura? Es cierto que siempre puede haber notabilísimas excepciones, pero ¿es dable imaginar hoy que de nuestro sistema de educación ‑que muestra una brecha cada vez mayor entre los establecimientos donde se forman las elites más o menos “desde siempre” y los establecimientos públicos, cuyos alumnos llegan a las universidades aquejados de una incomprensión lectora y de una incultura general graves‑ es dable imaginar entonces que de esos establecimientos públicos salgan un Manuel Rojas o un Nicanor Parra? La respuesta es sencilla: no, de ninguna manera. Y esta será la lápida de Chile.
El epitafio, apócrifo pero genial, de Pedro Prado decía: “Aquí yace Pedro Prado. Quiso ser un escritor y fue un escritor chileno.” En este país, si nadie hace nada ‑y, por el momento, seamos sinceros: nadie hace nada, ni siquiera la actual coalición gobernante, para la cual la calidad de la educación debería ser “la” verdadera cruzada nacional‑, podremos leer dentro de unos decenios: “Aquí yace Chile. Tuvo dos premios Nobel de Literatura. Y murió de incultura”.
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